Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

LA POLÍTICA DEL GOBIERNO DE LOS ESTADOS UNIDOS
HACIA MÉXICO, NOVIEMBRE DE 1911 A FEBRERO DE 1913

Alicia Mayer


Estudio introductorio:
los fundamentos de la diplomacia de William Taft

En 1910, Henry Lane Wilson, un abogado norteamericano de cincuenta y tres años, oriundo del estado de Kansas, fue enviado como hombre de confianza del entonces presidente William Howard Taft (1909-1913) para fungir como embajador de los Estados Unidos en México. Taft dio instrucciones precisas para que se representaran adecuadamente los intereses de los ciudadanos estadounidenses en aquel país latinoamericano.[ 1 ] Sin embargo, al momento de estrecharse las manos antes de que el experimentado diplomático iniciara el viaje, ninguno de los dos hombres imaginaba siquiera la difícil misión que representaba el proteger los bienes foráneos en una nación a punto de vivir una profunda crisis social, política y económica, y poco antes de que estallara la revolución que pondría a tan dura prueba las relaciones bilaterales. Tampoco percibieron las profundas diferencias que existían entre ambas naciones, derivadas de la herencia histórica de cada una de ellas, y los objetivos perseguidos, fincados en distintos planos de desarrollo económico.

Taft se daría a conocer como el campeón de la "diplomacia del dólar"[ 2 ] en torno a la que giró su política externa, encaminada a proteger y asegurar los intereses económicos de la próspera burguesía estadounidense. Así lo expresó el propio presidente en su mensaje al Congreso, el 3 de diciembre de 1912:

Con el desarrollo de nuestras industrias, el comercio exterior de los Estados Unidos deberá convertirse rápidamente en un factor cada vez más esencial para la prosperidad económica [...] el gobierno de los Estados Unidos proporcionará todo el apoyo necesario a las empresas americanas en el extranjero siempre que las considere legítimas y provechosas.[ 3 ]

El diligente business man estadounidense exigió a su gobierno la máxima libertad para buscar la mayor producción y maximizar las ganancias -argumentos que han dado forma al capitalismo imperialista-, convirtiéndose con ello en el gran portavoz del utilitarismo económico y, pues, del "progreso" material en beneficio de la humanidad.

Los plutócratas, y con ellos el aparato estatal, defendieron la penetración en las naciones hispanoamericanas y asiáticas y acreditaron el derecho universal a la propiedad privada absoluta e inalienable, de suyo, herencia histórica anglosajona.[ 4 ]

Para que el gran capital norteamericano se abriera paso en los mercados del exterior, los Estados Unidos sostuvieron la tesis de que los bienes pertenecientes a los ciudadanos norteamericanos en el exterior formaban parte del dominio estadounidense y, por tanto, se superaba el derecho de soberanía en aquellos países donde se tenían inversiones.[ 5 ]

Como lo expresa Juan A. Ortega y Medina, la filosofía práctica de la burguesía norteamericana en proceso de gigantesco crecimiento económico y político, que justificó, asimismo, la intervención en los países puestos a su alcance so pretexto de la situación caótica de los mismos o por su "desorganizada situación política" fue el Destino Manifiesto.[ 6 ] Con dicha teoría, nada novedosa, por cierto, si hurgamos en la historia inglesa y angloamericana de los siglos XVI y XVII, la poderosa nación estadounidense fundamentó su expansión, primero territorial y, después de la guerra civil, económica e industrial, por todo el hemisferio.

En nuestro siglo, la política exterior estadounidense ya no respondía al ideal decimonónico de conquista territorial, pero sí al de adquisición de mercados que también exigían el apoyo en precedentes de tipo ideológico. La orientación hacia México cumplió con el ideal de progreso económico aunado a un fundamento utilitario, pragmático y a una misión y destino especial enarbolado por esa activa burguesía protestante norteamericana.

El presidente Taft definió las obligaciones que ocupaban a su gabinete, mismas que unían los objetivos antes expuestos:

[El Estado] ha tratado de ajustarse a las ideas modernas del intercambio comercial. Esta política se ha caracterizado por sustituir balas por dólares. Con ello se apela de igual manera a los sentimientos humanitarios idealistas, a los dictados de una política firme y estratégica y a los fines comerciales más legítimos.[ 7 ]

Para alcanzar tan loables metas, se requería "de una diplomacia moderna, hábil y magnánima que exprese adecuadamente los elevados ideales de nuestra gran nación".[ 8 ]

La autoconfianza del presidente en la supremacía de los Estados Unidos derivaba del éxito alcanzado por la nación durante el periodo que siguió a su independencia (1776) y que, en poco más de un siglo, este ascenso continuo y pujante había logrado la industrialización y la expansión trascontinental de la América sajona. No era casualidad que la política exterior se fincara sobre la idea de supremacía con respecto a otros pueblos, y se orientara exclusivamente a proteger a los inversionistas e industriales, a los hombres de empresa y capitalistas, en su carrera incesante para abrir las puertas del mundo.

Las relaciones entre México y los Estados Unidos se produjeron en planos desiguales. Este último, nación industrializada, moderna, rica y heredera de una particular tradición histórica, representó la potencia del continente americano, mientras que México, supuestamente viciado como todas las naciones latinoamericanas por su herencia hispana, católica y, pues, atrasada, con mestizaje, o como lo denominan los estadounidenses "miscegenación" racial y cultural, se consideraba rezagada del progreso material y espiritual de la humanidad.

La expansión económica en el extranjero se convirtió en un interés nacional vital que ocupó las energías gubernamentales. Al cuidado de dicho interés, los Estados Unidos entraron al concurso mundial para extender una amplia red de influencia en América Latina y Asia. Amparados por la Doctrina Monroe, tomaron en sus manos la responsabilidad de salvaguardar sus intereses y los de sus ciudadanos en el extranjero. No era posible para una nación tan grande, poblada y económicamente poderosa seguir aislada del viejo continente y la pugna por la hegemonía, que se remontaba desde el principio del siglo XIX, se manifestó entre las potencias con gran fuerza también durante las primeras décadas del siglo XX. El gobierno estadounidense definió su postura internacional de esta manera:

Nosotros nos encontramos, como nación, en el umbral de nuestra madurez. Hemos emergido ya adultos, como iguales, en el gran concurso de naciones. Hemos pasado por varios periodos formativos. Hemos sido egoístas en la lucha para desarrollar nuestros recursos internos y abordar nuestras cuestiones naciones [...] nuestra nación ya es lo suficientemente madura como para seguir aplicando en sus relaciones esos recursos temporales, propios de un pueblo cuya única preocupación son los asuntos internos.[ 9 ]

Durante la administración Taft, las relaciones con México constituyeron tan sólo una pequeña parte dentro de la infinidad de relaciones e intereses mundiales de los Estados Unidos. El secretario de Estado, Philander Knox, dividió su atención entre Venezuela, Nicaragua, Cuba, Panamá, Haití, Costa Rica, Honduras y México.[ 10 ] Sin embargo, el principal interés giró en torno a Centroamérica, particularmente en la zona del Canal de Panamá.

Es obvio -expresó el presidente- que la Doctrina Monroe es más vital en los alrededores del Canal de Panamá y en la zona del Caribe que en cualquier otra parte. Por lo tanto, es esencial que los países inscritos en ese círculo de acción se les aleje del riesgo del compromiso de una pesada deuda externa y de caóticas finanzas nacionales, así como del peligro, siempre presente, de complicaciones internacionales, consecuencia del desorden revolucionario.[ 11 ]

Después de la expansión de los Estados Unidos a los países vecinos, lo único necesario para lograr el éxito era la existencia de un gobierno hospitalario y dispuesto a condescender y a salvaguardar las modernas empresas en los países sede.

En los casi treinta años que duró su administración, Porfirio Díaz se presentó como una garantía para los intereses foráneos, y la oligarquía mexicana, creada en torno suyo, se abrió gustosa al progreso -un término tan en boga entonces- abanderado por el exterior, y, en particular, por la nación más poderosa del hemisferio occidental, los Estados Unidos de América.

La política norteamericana hacia México durante el régimen porfirista buscó que el capital estadounidense penetrara libremente en los mercados mexicanos; que las inversiones se consolidaran en un clima de paz y estabilidad, y para ello, trató de mantener relaciones diplomáticas cordiales tendientes a alimentar el deseo de protección del gobierno mexicano hacia los bienes extranjeros.

Cuando Henry Lane Wilson llegó a la sede diplomática de los Estados Unidos en México, se percató de que el régimen porfirista se había hecho odioso para ciertos grupos económicamente poderosos de su nación, debido principalmente a los esfuerzos del general Díaz por detener la llegada masiva de inversionistas norteamericanos, cediendo el paso, en cambio, a las potencias europeas en su afán por adquirir la supremacía de los mercados mundiales.

Cuando la paz porfiriana se interrumpió de súbito debido a la revolución encabezada por Francisco I. Madero en 1910, los Estados Unidos temieron que la pérdida de estabilidad y el orden interno de la vecina república afectara los intereses de sus inversionistas en México. Sin embargo, tanto el gobierno provisional de Francisco León de la Barra[ 12 ] como el de Francisco I. Madero mostraron buena voluntad para recibir inversiones extranjeras y para sostener las condiciones establecidas desde que Porfirio Díaz abrió la puerta de par en par al capital del exterior.

Por otro lado, recientes estudios han planteado la hipótesis de que los intereses norteamericanos no sufrieron más de lo normal por el levantamiento y la desestabilización interna.[ 13 ]¿Por qué, entonces, se deterioraron tanto las relaciones bilaterales entre los Estados Unidos y el primer gobierno revolucionario? ¿Por qué la política estadounidense mostró hacia nuestro país esa doble vertiente, esos tramos cordiales que cedieron el lugar a los tirantes enfrentamientos?

Revisaremos ahora los objetivos que de política exterior tuvo el Departamento de Estado norteamericano, y cómo éstos fueron puestos en entredicho por el embajador en México, Henry Lane Wilson, lo cual repercutió profundamente en el buen desempeño de las relaciones entre ambas naciones.

El gobierno de los Estados Unidos y Madero

Tres objetivos estadounidenses de política internacional

Los Estados Unidos negaron la posibilidad de que la democracia funcionara en las naciones latinoamericanas y no evaluaron el significado social de la revolución. Sus planes para México estaban condicionados por ser éste una fuente inagotable de materia prima y origen de innumerables riquezas.

Indudablemente la revolución fue un proceso violento y perturbador de las relaciones bilaterales y, por ella, los Estados Unidos creyeron ver sus intereses afectados, no sólo por el daño ocasionado a sus bienes materiales, sino porque algunos norteamericanos tomaron parte activa en la contienda. Unos lucharon en las filas de Villa, Carranza y otros caudillos, otros financiaron a los líderes, y hubo quienes vieron en el movimiento un apasionante motivo para escribir ensayos literarios y periodísticos. Todo ello exigió la atención cuidadosa del Departamento de Estado. El gobierno maderista por su parte, reclutó voluntarios en la Unión Americana, involucrándola en la guerra civil mexicana, aunque el presidente Taft jurara mantener a su país en la neutralidad absoluta.

Tres fueron los objetivos principales e imprescindibles que la política exterior estadounidense se propuso observar hacia la Revolución Mexicana durante la presidencia de William Taft: la protección de los intereses norteamericanos, la neutralidad interna y la no intervención.

Los negocios funcionarían bien únicamente en un clima de paz y orden interno y, para ello, los dirigentes norteamericanos creyeron necesario aceptar la manera como se habían llevado a cabo las elecciones que encumbrarían a Madero a la presidencia. Lo importante era que el presidente provisional entregara la administración de los asuntos gubernamentales al presidente electo bajo condiciones satisfactorias, manteniendo el statu quo y que el régimen se legitimara según la constitución. Por todo ello, los Estados Unidos vieron con benevolencia, aunque no sin cierta dosis de escepticismo, el ascenso de Madero a la presidencia, que se inauguró con excelentes auspicios los primeros días de noviembre de 1911.

La Unión Americana reconoció la legalidad del proceso electoral que condujo al líder de la revolución a ocupar el cargo ejecutivo, y aquel rico hacendado, de formación liberal, amplia educación y prototipo de la burguesía mexicana ascendente, prometió proteger los capitales extranjeros y fomentar sus inversiones, lo que le granjeó el apoyo y el reconocimiento inmediato de la administración de Taft.

Para solucionar los conflictos internacionales, el presidente Taft siempre dijo preferir la vía diplomática que no dejó de presentarse como una interferencia en los asuntos domésticos de México. Las reclamaciones fueron diversas y ocuparon la atención de Madero, quien sorteó las dificultades pero no solucionó los problemas de manera satisfactoria para los Estados Unidos, pues se trataba de temas graves como fueron El Chamizal, el Valle Imperial y el río Colorado, que ocasionaron largas disputas y requirieron varios años de arbitraje para su solución.[ 14 ]

Empero, el verdadero reto para las relaciones lo constituyó la frontera. La protección de los intereses en los tres mil kilómetros de línea internacional fue uno de los puntos medulares de la política exterior estadounidense que exigió una respuesta inmediata y favorable de la administración mexicana.

Los agentes del servicio secreto de los Estados Unidos informaron a Washington de las actividades rebeldes ocurridas en distintas partes de la Unión Americana; en especial hablaron de San Antonio, Texas, como un importante centro de reunión de líderes e ideólogos contrarios al gobierno maderista. La estancia de Bernardo Reyes, Emilio Vázquez Gómez, los Flores Magón y los grupos "científicos" del Antiguo Régimen perturbó continuamente la tranquilidad del presidente Taft y del Departamento de Estado.[ 15 ] Sin embargo, aunque se contemplara la intervención como una posibilidad para el gobierno de Taft, siempre latente desde que México fue invadido por los Estados Unidos en 1846, la misión y el objetivo supremos, insistimos, fueron la protección de los intereses nacionales y Taft decidió no ponerlos en peligro con una media radical. Su carácter bonachón y cauteloso[ 16 ] levantaría críticas contra su persona, pero él estaba convencido de no comportarse como un autócrata y de solicitar siempre la mediación del Congreso.[ 17 ]

El embajador y los cónsules, con algunas excepciones, entendieron esta característica de la política presidencial, más orientada hacia los "grandes negocios" que al "gran garrote" rooseveltiano. El propio Henry Lane Wilson comunicó al régimen porfirista que "el poder de declarar una guerra descan[saba] no sobre el presidente de los Estados Unidos, sino en el Congreso", y manifestó al ministro José Ives Limantour, antes de que Madero llegara a la presidencia, que "los Estados Unidos se mueven de acuerdo a sus obligaciones internacionales y sólo actuarán en caso de absoluta anarquía si fracasara un responsable y organizado gobierno".[ 18 ] La opinión de los funcionarios estadounidenses al respecto cambiaría sustancialmente de la directriz anunciada por el presidente durante el curso de la Revolución Mexicana.

Pese a la tensión que se experimentaba por el cambio de administración, la política norteamericana tendió al acercamiento. El Departamento de Estado recibió al delegado Luis León de la Barra "por el interés de mantener el prestigio y las relaciones amistosas hacia la saliente administración y la entrante de México".[ 19 ] Sin embargo, junto con los buenos auspicios y el ofrecimiento de amistad, vinieron las exigencias. Se solicitó a Madero la presencia de policías mexicanos en la frontera para que evitaran la violación de las leyes, puesto que la caballería norteamericana sólo vigilaría que se reforzaran los estatutos de neutralidad y se cumpliera con las obligaciones internacionales dentro de su territorio. El gobierno estadounidense dijo perseguir la política "de estricta imparcialidad".[ 20 ]

Un enjambre de agentes secretos, mexicanos y norteamericanos invadió las ciudades fronterizas de los Estados Unidos en busca de pruebas que comprometieran legalmente a los líderes sediciosos.

No fue difícil para las autoridades encontrarlas y descubrir que se organizaba un movimiento armado en contra de México,[ 21 ] que era favorecido por el hecho de que los Estados Unidos no prohibían la venta de armas.[ 22 ]

Los informes enviados a Washington por el departamento de investigaciones finalmente motivaron el arresto de Bernardo Reyes, acusado de violar las leyes de neutralidad estadounidenses. George Wickersham, el procurador general, anunció la medida y declaró que tenían orden de "de prevenir un movimiento de invasión a México desde los Estados Unidos".[ 23 ] Según noticias del Departamento de Guerra estadounidense, la detención de Reyes haría fracasar el proyecto existente entre reyistas y magonistas de celebrar una reunión en Baja California para invadir México.[ 24 ] Por el momento, la defensa de la neutralidad interna por parte del gobierno estadounidense favorecía indirectamente a la administración mexicana.

La crisis en el norte y el gobierno de los Estados Unidos

Cuando Madero empezó su mandato, el interés de los Estados Unidos se dirigió principalmente hacia los sucesos revolucionarios del norte de la república pues en esa zona se concentró el mayor número de residentes y de bienes que, a juicio del gobierno, merecían la protección. El levantamiento orozquista atrajo a los Estados Unidos y provocó una interesante relación triangular entre Madero, la facción rebelde y la Unión Americana. Tanto Madero como Orozco buscaron el apoyo de los Estados Unidos y su aceptación; en el primer caso para conservarse en el poder, y en el segundo, para alcanzarlo. En este momento, los Estados Unidos consideraron más prudente ayudar a Madero, porque era el presidente legalmente constituido que estaba en mejor posición para garantizar la protección de los intereses norteamericanos en México, aun cuando recelaban de su inexperiencia política. Sin embargo, el levantamiento demostró la mala situación en que estaba el ejército y la imposibilidad de Madero para pacificar al país. Esto confirmaría la sospecha de los estadistas norteamericanos de que México no estaba preparado aún en 1910 para lograr la gran transición de la dictadura a la democracia. Volvieron a escucharse los trasnochados argumentos de que la población mexicana no se adecuaba a la práctica del autogobierno y se debatía, en cambio, en interminables luchas intestinas que provocaban el atraso nacional. El hecho fehaciente de que la república no se apaciguara ni aun gobernada por un presidente electo por el favor popular, sorprendió a los políticos y a la opinión pública estadounidense que se convenció de la incapacidad del pueblo vecino para ejercer la democracia.[ 25 ]

Mientras tanto, el principal problema no era tanto enseñar a la vecina república cómo administrarse internamente, sino solucionar de la mejor manera la protección de intereses nacionales estadounidenses. Los daños causados por bandas indisciplinadas fueron calculados por el Departamento de Estado, que recomendó a sus representantes que tomaran las medidas siguientes: pedirían a las autoridades locales la protección adecuada a la propiedad y a las personas, pero, en caso de no responder con esta obligación internacional, se tomaría una segunda posición de comunicar a la embajada en la ciudad de México lo sucedido y solicitar su intervención. Las reclamaciones surgidas por esos hechos, que debieran liquidarse en efectivo, se presentarían al Departamento de Estado para que fueran analizadas, y, si se consideraran legítimas, se les daría curso por la vía diplomática.[ 26 ]

El gobierno mexicano por sí solo no podía detener el alud de reclamaciones causadas por el movimiento armado, e insistió, a través de su embajador en Washington, Gilberto Crespo y Martínez, en la petición de que los estadounidenses cooperaran para erradicar los movimientos rebeldes organizados por mexicanos dentro del territorio de los Estados Unidos y en la zona fronteriza.[ 27 ] Sin embargo, el Departamento de Asuntos Latinoamericanos se rehusó a dar ayuda y puso en claro que no constituía una obligación internacional de los Estados Unidos cooperar y participar con México para poner fin al desorden ni mantener la tranquilidad en la frontera. Únicamente se declaraban favorables a reforzar con vigor las leyes de neutralidad y a vigilar la observancia correcta de sus responsabilidades hacia el ámbito internacional.[ 28 ] El Departamento de Justicia hizo lo suyo; exteriorizó que el interés de su país consistía en mantenerse imparciales y "no cooperar con un gobierno extranjero en cuestiones que rebasan los deberes de una nación neutral".[ 29 ] Sin embargo, los Estados Unidos se decidieron por una medida activa con el propósito de velar por la seguridad en la frontera, y enviaron destacamentos militares por "la incapacidad del gobierno mexicano para controlar la situación en sus distritos", así como por el incremento de los bandidos que amenazaban a los ciudadanos norteamericanos.[ 30 ] Las ochenta y cuatro compañías militares, "alerta para el servicio de campo", mantendrían las leyes de neutralidad, pero los mexicanos vieron en ellas una amenaza constante de posible intervención armada, justificada por la vecina potencia por la irresponsabilidad con que México cuidaba de su territorio. Una vez más los Estados Unidos creían cumplir su misión, vieja idea secularizada de destino providencial para los pueblos elegidos, de enseñar a los menos aptos y poco favorecidos cómo regir sus instituciones.

Las conspiraciones para derrocar a Madero continuaron en las ciudades fronterizas de los Estados Unidos sin que las autoridades pudieran evitarlo. Los agentes secretos notificaron sobre los proyectos sediciosos de Emilio Vázquez Gómez, persona non grata a los ojos de Henry Lane Wilson, quien lo definió como "el típico prototipo de los patriotas que han infestado la América Central [y tras los que sigue] una sucesión de caudillos débiles y violentos".[ 31 ] El embajador había dirigido maniobras diplomáticas por varios meses antes con el fin de convencer a su gobierno de que Vázquez Gómez fuera expulsado de los Estados Unidos o encarcelado "interpretando de forma más liberal las leyes de neutralidad".[ 32 ]

La situación en la frontera, agravada por el complot de Emilio Vázquez Gómez y por el levantamiento orozquista, obligó al gobierno norteamericano a lanzar la primera advertencia oficial de intervención. Washington apuntó que cualquier mexicano que provocara resentimientos contra los estadounidenses sería considerado un peligro para los Estados Unidos y una persona deshonesta para su propio país, con el que la Unión Americana mantenía relaciones amistosas. El mensaje iba dirigido principalmente a los rebeldes que provocaban la hostilidad entre ambas naciones, pero también al gobierno maderista se le advirtió que se abstuviera de poner en peligro a los habitantes de la frontera bajo la amenaza de ordenar un escuadrón de soldados para imponer el orden.[ 33 ]

Con el tiempo, las medidas tomadas por el jefe del ejecutivo norteamericano resultaron infructuosas. Hasta el gobierno mexicano burló a las autoridades estadounidenses y reclutó voluntarios en territorio ajeno. Tan pronto como el Departamento se percató de la evasión de sus leyes internas, procedió a llamar enérgicamente la atención de la administración maderista sobre ese asunto por la vía diplomática. Henry Lane Wilson fue el encargado de decir que "caus[aba] sorpresa el gobierno norteamericano encontrar en las investigaciones de los agentes del Departamento de Justicia de los Estados Unidos que algunas personas esta[ban] involucradas en el reclutamiento de soldados para ponerlos al servicio del gobierno mexicano". Se agregó que esa circunstancia no era compatible con el respeto a la soberanía de un vecino amistoso y que se le ordenara al organizador de las levas militares, el cónsul Enrique C. Llorente, que cesara en su actividad.[ 34 ]

Pese a la inestabilidad en la frontera y a la injusta manera como el gobierno estadounidense vociferaba amenazas de intervención, Taft no tenía en mente cruzar la línea en una maniobra agresiva contra México. Su país se enfrentaba a una importante fase electoral en 1912 y cualquier decisión del presidente era objeto de duras críticas por parte de la oposición. Los demócratas lo acusaban de ineptitud política y de incapacidad para proteger los intereses de su país en el exterior, además de indiferencia por la supuesta pérdida de vidas y propiedades. Aun en el seno del partido republicano había descontento, que dividió al grupo cuando Theodore Roosevelt se postuló como candidato para ocupar nuevamente la presidencia.[ 35 ]

La decisión de Taft se mantuvo en la no intervención y en agotar todas las posibilidades para asegurar a sus ciudadanos antes de llegar a una solución de estrategia militar. Así lo advirtió a sus consejeros: "Saben que no cruzaré la línea. Ésa es una responsabilidad del Congreso [..., pero] no hará ningún daño amenazarlos un poco".[ 36 ] Algo muy distinto pensó el embajador Wilson, quien estuvo dispuesto a defender una intervención militar cuando se convenció de que México fracasaba en salvaguardar las inversiones foráneas. Opinó que una solución drástica debía adoptarse "en el interés de la paz y la protección de nuestros propios intereses".[ 37 ]

Tomar decisiones no sólo era delicado, sino complicado, para la administración de Taft en su último año de gobierno, y después de cuidadosas deliberaciones se decidió como primera medida retirar a los estadounidenses de las zonas de peligro, donde sus intereses fueran seriamente afectados por la falta de protección del gobierno central y por "las diabólicas pasiones que afloran de la gente cruel e ignorante animada por la avaricia, la codicia y el más intenso odio racial". Mientras esto ocurría, se aconsejó a los residentes extranjeros que formaran organizaciones y se pidió al ministro Manuel Calero que les permitiera usar armas para su defensa personal.[ 38 ]

El gobierno de los Estados Unidos manifestó a través de la prensa su confianza de que Madero terminaría pronto con el desorden y el bandidaje, y que restablecería la normalidad en un futuro cercano. Las instrucciones del Departamento de Estado, a través de Huntington Wilson, al embajador norteamericano presentaron la proclama de Taft como un ejemplo de que los Estados Unidos dejarían en libertad a los mexicanos para arreglar sus dificultades sin interferencia externa -aunque la amenaza de intervención existía- y que la actitud del gobierno norteamericano era "paciente, amistosa y considerada".[ 39 ]

La enorme tensión provocada por la revuelta orozquista y por la resistencia contra la autoridad constituida de México, así como por la constante violación de las leyes de neutralidad de los Estados Unidos, motivó tres notas adicionales que emitió el presidente Taft el 2 de marzo, el 14 de marzo y el 12 de abril de 1912. La primera pidió la no injerencia de los estadounidenses en la revolución, el respeto a la neutralidad de los Estados Unidos y ordenó el retiro de norteamericanos de las zonas de peligro. La segunda decretó, finalmente, el embargo de armas a los rebeldes, sin duda un durísimo golpe para las facciones levantiscas, y la tercera advirtió nuevamente al pueblo mexicano que, en caso de verse amenazados sus intereses nacionales, Washington se reservaría el derecho de reclamar contra el gobierno y a actuar de acuerdo con las emergencias.

William Taft afirmó que su declaración consistía en una advertencia a todas las personas dentro de la jurisdicción de los Estados Unidos y a los ciudadanos norteamericanos, en general, para que obedecieran cuidadosa y estrictamente las leyes de la nación y evitaran participar en los disturbios de la vecina república. También se procedió de inmediato al retiro de los residentes estadounidenses que dejarían sus propiedades y bienes a cargo de los cónsules en espera de que en un futuro próximo se restableciera el orden. La finalidad del gobierno era "asegurar a los norteamericanos y reducir la responsabilidad de las demandas al gobierno mexicano".[ 40 ] Un constante "tira y afloja", un peligroso juego entre las palabras y las acciones comprometían al gobierno de los Estados Unidos a entrometerse cada vez más en los asuntos domésticos mexicanos.

A pesar del esfuerzo del gobierno de Taft para que el pueblo, la prensa y, sobre todo, el gobierno de México no interpretaran mal el retiro de los estadounidenses, muchos, incluso los cónsules, vieron en esa medida una amenaza intervencionista inminente por parte de la potencia extranjera,[ 41 ] que ocasionó gran sobresalto. Pero, la actitud norteamericana también ayudó al gobierno central en esta ocasión, pues contribuyó a la caída de Orozco en Chihuahua. No fue tanto la observancia de las leyes de neutralidad en la Unión Americana como el embargo de armamento lo que dio al traste con esta rebelión, que fue, quizá, la que representó un mayor peligro a la estabilidad del régimen maderista.[ 42 ]

Otra consecuencia del fracasado levantamiento fue que Henry Lane Wilson, aquel acérrimo defensor de las instituciones republicanas y de la democracia estadounidense, fijó su atención en el general Victoriano Huerta, quien por su buen desempeño en la campaña del norte, parecía ser el hombre fuerte del momento y el único capacitado para imponer el orden en el país. Durante el corto viaje que realizó Wilson a Washington (junio de 1912) sostuvo una serie de conversaciones con los altos ejecutivos de los Estados Unidos a los que, muy probablemente, expuso sus impresiones respecto a Huerta. Y lo que es un hecho, pues se constata en la correspondencia y los memoranda del Departamento de Estado, es la persistencia con que el embajador trataba de convencer a su gobierno de aumentar el número de buques de guerra norteamericanos en las costas mexicanas.[ 43 ]

El diplomático propuso el envío de la flota "en una visita cordial y amistosa [...] para crear el efecto moral deseado en las mentes de la población local. Con este "efecto moral", no se perseguía otra cosa que alimentar el miedo a una intervención armada y usar el prestigio y poderío de los Estados Unidos mediante el despliegue de su imponente fuerza naval con el fin "de causar mayor respeto hacia el gobierno y grupo de residentes norteamericanos en México".[ 44 ]

A raíz de dichas conferencias, el gobierno de los Estados Unidos meditó sobre la conveniencia de reforzar sus escuadras en el Golfo de México y en el Pacífico, y se decidió, finalmente, a enviar los navíos a diferentes puntos, con especial interés en que la población se fijara en el poderoso destacamento, por lo que se instruyó al secretario de Marina mandar "el más grande e impresionante barco de guerra, ya que la presencia de estas formidables naves atraerá la atención en la localidad".[ 45 ] Desde el mes de septiembre partieron el uss Des Moines y el uss Vicksburg, mientras que el Georgia, el South Dakota, el Denver, el Colorado, el Virginia, el Vermont y el Nebraska llegaron a aguas mexicanas durante la crisis de febrero de 1913.

La política del presidente Taft fracasó en lo tocante a la defensa de la neutralidad, que poco sirvió a los fines norteamericanos, e igualmente sucedió respecto a la vigilancia en la frontera. Sin embargo, quedaba un objetivo que exigía el mayor cuidado: la no intervención, pues en este asunto de extrema gravedad se sostenía no sólo el futuro de las relaciones entre México y los Estados Unidos, sino el gobierno de Madero. Una invasión militar en cualquier momento de su administración hubiera significado el coup de grace para la estabilidad de la República Mexicana.

Empero, para entonces, existía ya una seria discrepancia entre el gobierno de los Estados Unidos y su embajador en México respecto a los medios que se utilizarían para lograr los fines políticos hacia el exterior, lo que podría cargar la balanza en perjuicio de México. Henry Lane Wilson animaba a su gobierno a "retar y protestar" por cualquier proyecto sugerido por Madero, por considerarlo intolerante y equivocado. Tendía a exagerar en sus despachos, con argumentos fundados en "el carácter bárbaro y salvaje de la guerra", por lo que insistía sobre tener una actitud hacia México "firme, alerta y severa" que demostrara que los Estados Unidos "en ciertos casos de emergencia [harían] pronto justicia a todo crimen cometido [e insistirían] en un trato justo de todos los intereses norteamericanos".[ 46 ]

La decisión de Taft de mantener la política de hands off no implicó, desafortunadamente para México, una completa no injerencia en los asuntos internos del país. La solución de los problemas por la vía diplomática muchas veces puso en manos del embajador Henry Lane Wilson la decisión de asuntos delicados, que competían al Departamento de Estado. Pese a la directriz dictada por Taft, la injerencia, de hecho, se dio y fue total e implicó asimismo una carga muy pesada para la administración de Madero. Los representantes consulares y diplomáticos, como William Canada y Henry Lane Wilson, por no mencionar a otros, diferían sustancialmente de la política presidencial y preferían la amenaza de intervención para presionar y "despertar en el gobierno mexicano el sentido de sus responsabilidades".[ 47 ] La presión diplomática fue enorme y llevada a cabo por astutos políticos en la mayoría de los casos, sagaces diplomáticos, pero hombres sin escrúpulos empeñados en hacer triunfar el móvil taftiano de "big business", y de corta visión para entender al país al que habían sido enviados como representantes. Ambas naciones pagarían muy caro en sus relaciones bilaterales por este hecho.

Intervención o presión. La disyuntiva estadounidense

La política norteamericana, activa y combativa, en defensa de sus intereses económicos nacionales, contrastó significativamente con la actitud ofensiva y expectante de México. Paradójicamente, mientras que en México la actitud del gobierno estadounidense se sintió con dureza, en la Unión Americana se consideró pasiva y equivocada, lo que levantó una polvareda de críticas y defensas en torno a la figura presidencial.

El más ferviente censor de la administración fue el senador republicano Albert Fall, pero no fue menor la presión que ejercieron los inversionistas, los hombres de empresa, el embajador estadounidense (inversionista él mismo), los senadores y la prensa norteamericana que presionaron a Taft para que definiera enérgicamente la política de su país hacia México, lo que obligó al mandatario a analizar, profunda y detalladamente, las condiciones en que se encontraba la vecina nación y a formular nuevos proyectos.

Un extenso informe elaborado por J. Reuben Clark, asesor jurídico del Departamento de Estado, fue la respuesta a la necesidad que había de definir los lineamientos políticos del gobierno de los Estados Unidos. El análisis fue presentado los primeros días de octubre de 1912 para anunciar los objetivos del presidente sobre política exterior. Se decidió no intervenir militarmente en México, a pesar de las pérdidas que los residentes estadounidenses sufrieran, pérdidas que eran "normales" en una situación provocada por un movimiento armado. La opción a seguir fue exigir a México la protección adecuada con la alternativa de que, si fallara en cumplir con las obligaciones internacionales y con los deberes impuestos por las reglas y principios de las leyes rectoras de todas las naciones, debía responder a los Estados Unidos por los daños y perjuicios resultantes de dicho fracaso. Se llegó a la conclusión de que la protección de los intereses norteamericanos se llevara a cabo por los cauces diplomáticos.

El propósito del presidente Taft -apuntó el documento- es dar la mayor protección posible a las propiedades y vidas norteamericanas con el mínimo de peligro implícito en ello. Nadie con buen entendimiento favorece que el gobierno de los Estados Unidos intervenga. Probablemente no tengamos que intervenir jamás si se muestra la tolerancia que nos gustaría que mostraran hacia nosotros. El momento de intervenir será cuando, al intervenir, salvemos más vidas de norteamericanos que quedándonos fuera de México. En el presente, eso está lejano.[ 48 ]

Se manifestó en el informe que los Estados Unidos no desconocían la actitud acogedora del presidente Madero hacia los norteamericanos. Se reconoció que

se deb[ía] hacer justicia al indicar que el gobierno mexicano hab[ía] respondido, no por completo ciertamente, pero con una actitud amistosa hab[ía] mostrado disposición para ajustar las reclamaciones hechas en su contra, sostenido en los principios y reglas de la ley internacional.[ 49 ]

Por ello, el gobierno estadounidense aceptó no responsabilizar a la nación mexicana por los agravios debidos al curso normal de la guerra y no recriminar al gobierno soberano de la república por injurias recibidas por conducto de los insurgentes "un grupo irresponsable que altera la paz, el orden y la tranquilidad de un gobierno con el que los Estados Unidos están en paz",[ 50 ] y cuyas acciones estaban fuera de control de las autoridades. Naturalmente Taft se mantuvo en la postura de no reconocer el estado de beligerancia de ninguno de los grupos levantados contra el gobierno central.

La presión de las reclamaciones sobre daños en la frontera disminuyó considerablemente cuando el escenario de la revolución armada se trasladó primero a Veracruz y, posteriormente, a la ciudad de México. Sin embargo, nuevas reclamaciones se suscitaron por la cuestión petrolera en el Golfo de México y por los bienes de los ciudadanos norteamericanos en la capital. De modo que la tensión jamás cesó, antes bien, aumentó peligrosamente con el golpe de 1913 en contra del presidente Madero.

En vista de la crisis aguda provocada, ciertamente, por la revolución, pero también por sus efectos: la división del gabinete, la oposición del Congreso a las decisiones del presidente Madero, la precaria condición financiera y la inestabilidad interna, el gobierno de los Estados Unidos sugirió la visita del ministro de Relaciones Exteriores, Pedro Lascuráin, a Washington los últimos días de 1912. El jefe del ejecutivo mexicano pretendía buscar un diálogo con el presidente electo, Woodrow Wilson, así como reforzar la visión de Lascuráin sobre los acontecimientos mexicanos que, según Madero, el embajador Wilson falseaba, deteriorando con ello la imagen nacional en el exterior.

De hecho, el gobierno de Taft ha pasado a la historia de manera negativa por cuanto tuvo que ver en él su embajador Henry Lane Wilson, artífice de una política agresiva en contra de México. Wilson ejecutó sus instrucciones de manera exactamente contraria a lo especificado por su gobierno.

Desde enero, el Departamento notó que los despachos de su representante eran "particularmente uniformes y desalentadores", que diferían considerablemente de los del encargado de negocios de la embajada, Montgomery Schuyler, y que la incertidumbre impedía al gobierno estadounidense "medir con confianza las necesidades de la situación". El secretario Knox apuntó que, a su parecer, los informes del embajador eran "injustificados, si no es que engañosos",[ 51 ] y con energía pidió a Wilson que describiera las condiciones en México sin exagerar ni errar en sus juicios, y con "un adecuado sentido de proporción en sus deliberaciones".[ 52 ]

Empero, Wilson no se intimidó con la discreta, aunque firme llamada de atención de los superiores, antes bien se mantuvo inflexible y manifestó que la mala situación no se debía a las condiciones revolucionarias, sino "a la incompetencia de la administración para gobernar y a la evidencia dada cada día de la actividad maliciosa de Madero para cometer graves errores públicos".[ 53 ] Sin embargo, Knox decidió comentar lo ocurrido al presidente Taft:

Algunos reportes recientes del embajador revelan una intención por parte del embajador a forzar la mano de este gobierno en sus tratos con la situación mexicana en conjunto; el supuesto desacuerdo entre el embajador y el Departamento es tan fundamental y serio que el Departamento siente que erraría si no trajera el asunto directamente a su atención.[ 54 ]

El levantamiento en la ciudad de México en febrero de 1913, que desató la crisis y las pasiones en contra del primer gobierno civil surgido de una revolución, exigió una nueva respuesta de los Estados Unidos. Taft insistió en comunicar a sus representantes diplomáticos no estar dispuesto a verificar la intervención, pero informó a Lane Wilson que la postura de Washington era precautoria y que, para ello, se ordenaba la salida de cuatro barcos adicionales para ir a aguas mexicanas,[ 55 ] que, sin embargo, "no representaban ningún cambio en la política de los Estados Unidos".[ 56 ] Conforme se fueron sucediendo los acontecimientos en la ciudad de México, el Departamento de Estado se convenció de que "pocas cosas trabajarían con tanto éxito hacia el restablecimiento de la paz y el orden en México como un efectivo pero inofensivo despliegue de la gran fuerza naval de esta nación".[ 57 ]

La falta de comunicaciones de la capital mexicana hacia el exterior propició que Henry Lane Wilson se convirtiera en el único informante de las condiciones capitalinas que tenía Washington. En él recayó la responsabilidad de resolver situaciones urgentes para lo que pidió a su gobierno, "en su interés por la humanidad y por el desempeño de obligaciones políticas", que mandara instrucciones "de carácter firme, drástico y quizá amenazador" para ser transmitidas al gobierno de Francisco I. Madero. Solicitó que se le confirieran poderes en nombre del presidente para inducir a un cese de hostilidades y para iniciar las negociaciones "cuyo objetivo será llegar definitivamente a arreglo pacíficos".[ 58 ]

El secretario Knox se rehusó a permitir la extensión de las prerrogativas al embajador, e insistió en que la guerra "no debe ser considerada a menos que sea el último recurso y si se encuentra justificada después de entenderse el problema mexicano en su totalidad, incluyendo el de los extranjeros en toda la república.[ 59 ] Sin esperar la respuesta, Wilson actuó como si hubiera recibido las instrucciones que le otorgaban mayor poder de acción.

No faltaron las voces que hicieron eco a los designios intervencionistas de Henry Lane Wilson. Otro exponente ejemplar de la política de invasión a México en aras de la estabilidad y la seguridad norteamericanas fue el belicoso, intransigente y rabioso defensor del monroísmo, el nacionalista y republicanísimo gobernador de Texas, Oscar B. Colquitt, que recordó a Taft lo que parecía haber olvidado:

Los continuos desórdenes y la obligación de los Estados Unidos para el mundo bajo la Doctrina Monroe hacen un deber del gobierno de los Estados Unidos intervenir en México, no por conquista o para ganar territorio, sino para restaurar el orden y proteger vidas y propiedades, y respetuosamente insto a [que se lleve a cabo] este procedimiento sin demora.[ 60 ]

Pese a lo esperado, la reacción del gobierno de Taft fue tenue, tibia e indecisa. Washington se mantuvo en equilibrio entre la amenaza de intervención mostrada por el despliegue de los barcos y la promesa de que no intentaría una acción bélica en contra de la vecina república. Henry Lane Wilson decidió actuar según sus propias normas, creyendo que con ello beneficiaría a su país más que ningún otro ejemplar norteamericano, y prefirió cargar la balanza hacia la formación de un ambiente de miedo a la intervención. El diplomático no tuvo empacho alguno en amenazar abiertamente a Madero de que, en efecto, los barcos estaban allí por una clara misión y que los Estados Unidos intervendrían en México, lo que causó verdadero furor en el pueblo mexicano y en los residentes extranjeros.

Gobierno y embajador parecían no ponerse de acuerdo en relación con la actitud que los Estados Unidos tomarían respecto a México. Al mismo tiempo que Wilson amenazaba con la invasión, Taft escribía a Madero que estaba mal informado en cuanto a la política que su país observaba hacia México "que ha sido uniforme desde hace años" y aclaró que las disposiciones navales eran "una medida de natural protección [...]; los reportes que su excelencia ha recibido son falsos".[ 61 ] Es aquí donde radicó la mayor divergencia entre la administración gubernamental de los Estados Unidos y su embajador sobre la política a seguir en México, hecho que trajo graves y negativas consecuencias.

Mientras tanto, Wilson continuaba la presión sistemática a su propio gobierno con el fin de extender sus poderes, pues la situación, afirmaba, "es cada hora más aguda y peligrosa y las condiciones aquí son caóticas".[ 62 ] Como no obtuvo respuesta, procedió a actuar por su cuenta. El Pacto de la Embajada,[ 63 ] concertado por iniciativa del propio Wilson y en el cual cumplió sus designios de encumbrar a un militar -virtualmente elegido por él- a la primera magistratura sin fundamento en elecciones constitucionales, fue su gran triunfo diplomático, pero el peor fracaso a largo plazo de la política exterior de Taft hacia México, por las repercusiones que acarreó en las relaciones internacionales.

No deja de extrañar la actitud de la administración estadounidense que, a pesar de conocer el carácter exagerado, parcial y tendencioso de los despachos del embajador Wilson, lo sostuvieran como el principal informante y lo premiaran con halagos por sus "brillantes informes". El gobierno de Taft guardó silencio cuando su embajador desconoció instrucciones, cuando amenazó de intervención a México, cuando fue autor intelectual del golpe de Estado y cuando encumbró a Huerta mediante un dudoso sistema de sucesión. Wilson determinó en alto grado el curso de los acontecimientos de manera inesperada e impredecible para Washington, y su diplomacia ocasionó que el futuro de las relaciones bilaterales fuera dudoso y delicado.

Empero, si el gobierno de los Estados Unidos guardó silencio respecto a la conducta personalista del embajador, lo mantuvo cuando el reconocimiento al nuevo régimen se hizo necesario. Taft retrasó la respuesta a la petición de que aceptara el ascenso de Victoriano Huerta a la presidencia después del asesinato de Madero y de la sospechosa actitud del representante norteamericano -que lo empujaba a definirse en favor de la recién inaugurada presidencia- en torno al suceso.

Mientras Henry Lane Wilson trabajaba fervientemente en favor del régimen huertista, y Taft abandonaba la silla presidencial habiendo cumplido su propósito de no intervenir militarmente en México, se inauguraba una nueva administración que daría un giro de ciento ochenta grados en sus relaciones con México. Woodrow Wilson, el nuevo presidente de los Estados Unidos, no se apoyaría en la "pura infantería del comercio" como su antecesor; la moral calvinista y el idealismo del Destino Manifiesto, con nuevos enfoques, serían los resortes impulsores de la nueva administración cuya política misional, activa, regeneradora, se acercaba más bien al carácter de una cruzada reconstructiva de los pueblos y razas menos favorecidos por el proceso civilizador de la libertad y la democracia ejemplificado por la Unión Americana.

Consideraciones finales

Es una difícil tarea evaluar si la política de Taft en su aventura con México fue desatinada e inepta, como algunos historiadores sostienen[ 64 ] o, en cambio, su cautela fue una inteligente y sensata decisión. Ciertamente su administración prolongó lo más posible la respuesta al asesinato del presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez, así como la imperiosa necesidad de definir la postura de los Estados Unidos ante el ascenso de Huerta al cargo ejecutivo. Con ello se justifican los detractores para acusar al régimen de indecisión. Taft supo ser paciente durante el levantamiento de 1910 que marcó definitivamente la caída de Díaz, y que no dejó de provocar serios problemas en la frontera. Su política de no intervención, que cumplió celosamente a pesar de las presiones internas y externas, salvó a México de una posible invasión militar durante la presidencia de Madero.

La neutralidad que defendió su gobierno fue siempre, de hecho, muy relativa. Taft quiso limitarla al territorio de los Estados Unidos exclusivamente, pero no deseó mantenerse completamente distante de los sucesos en el exterior, y las circunstancias mexicanas, así como los vastos intereses norteamericanos en México, le impidieron quedar al margen de la contienda.

En suma, la defensa de la neutralidad que los Estados Unidos llevaron a cabo dentro de su territorio no fue compatible con la política exterior observada hacia México. Por ello, nuestro país soportó en sus espaldas la pesada carga de una presión diplomática constante y abrumadora, aunada a una total penetración económica, política, cultural y aun religiosa.[ 65 ] Sea como fuere, la experiencia adquirida por México y los Estados Unidos después de los quince meses que duró el gobierno maderista, marcó un hito en el futuro de las relaciones bilaterales.

Los problemas diplomáticos surgidos de esa situación de tensión provocaron una enorme escisión en las relaciones de ambas naciones, evitándose la comprensión y el acercamiento entre ellas. Esto alimentó, por el contrario, un odio acendrado que vino a fortalecerse, con el exacerbado patriotismo y la xenofobia que aumentaron a raíz de la revolución (o revoluciones) en México.

Otro tanto experimentaron los estadounidenses, en cuyo territorio se intensificó el desprecio racial, dando lugar a una nueva leyenda negra antimexicana, antirrevolucionaria, que aún hoy podemos apreciar en las películas importadas de aquel país, donde el caudillo y el soldado federal se nos presentan como salvajes incontenibles, bárbaros asesinos sin principios y sin móviles, cuya única actividad parece ser la de causar estragos en las poblaciones por simple diversión, robar haciendas o ultrajar a mujeres indefensas. Con excepción de John Reed y unos cuantos norteamericanos más, fuera de los círculos académicos en la actualidad, muy pocos han hecho el esfuerzo por comprender el verdadero significado, si es que éste es de fácil aprehensión, del movimiento armado en México.

La revolución presentó, como las de Jano, no una, sino varias caras. No sólo significó el enfrentamiento de grupos poderosos de la burguesía mexicana para conservar el statu quo, o de caudillos y líderes con programas de reforma social y política contra un régimen opresor y elitista. Significó también un enfrentamiento con una potencia capitalista con quien compartimos una historia común en muchos aspectos, además de una enorme y conflictiva frontera. México, una nación heterogénea, de raíces fincadas en el mestizaje biológico y cultural, trató de llevar a cabo proyectos heterogéneos de revolución social, económica y política. Dramáticos enfrentamientos por lograr ideales nacionales o regionales derivaban unas veces en utopías o quimeras; de todas formas, el temperamento mexicano, la manera de ser de este pueblo, su actitud frente al mundo y a los valores de la vida resultaban incomprensibles para los anglosajones.

El caso de los Estados Unidos fue totalmente el opuesto: un país con intereses nacionales definidos por la poderosa burguesía capitalista, imperialista, ideales que respondían a una potencia dinámica que exigía a sus gobernantes una política agresiva, pugnaz, orientada a defender celosamente la seguridad interna y los beneficios creados por la expansión económica externa. Del conflicto de 1910-1917, los Estados Unidos salieron mejor que bien librados. Como bien lo apunta Knight, después de 1920, la mayor parte de los intereses norteamericanos en México emergieron más poderosos y ricos que lo que habían estado bajo Porfirio Díaz.[ 66 ]

México ofrece el ejemplo de una nación que, recién independizada, abrió sus puertas al exterior y, casi un siglo después, durante la revolución de 1910, siguió abrumada por la penetración extranjera, que retardó, o mejor sería decir, impidió, el desarrollo económico interno. Esto se vio alentado por la ambición personal de algunos líderes, la ineficacia política y la desunión que impidió la organización de un Estado revolucionario fuerte, íntegro y capaz de sacar adelante los problemas de la república.

Las discusiones en la frontera, reclamaciones sistemáticas por daños, embargo de armas, amenazas de intervención, negociaciones para el reconocimiento de gobiernos, fueron situaciones comunes que se sucedieron entre ambos países durante la historia de la Revolución Mexicana. Cada uno de los gobiernos que llegaron al poder así como las facciones rebeldes que pugnaban por alcanzarlo tuvieron íntimas conexiones con los Estados Unidos de Norteamérica y, su estudio, minucioso y profundo, requiere de atención.

[ 1 ] Varios autores han estimado las cifras que compusieron el total de las inversiones estadounidenses en México. En 1884 se permitió a los extranjeros tener propiedad ilimitada y eximida de impuestos. En 1892 se declaró la propiedad de las concesiones mineras a perpetuidad. Su mayor porcentaje era de estadounidenses. Véase F. X. Guerra, "Territorio minado", Nexos, 65, mayo, 1983. En cuanto a las cifras, el propio Departamento de Estado calculó su propiedad invertida en la vecina república en aproximadamente 320 000 000 de dólares. Véase el memorándum de J. R. Clark, Washington, 1 de octubre de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 21, 812.00/5230. E. Haley considera que esta suma es mucho menor de la real. Estima que la inversión norteamericana en México fue de más de un billón de dólares. Véase, The diplomacy of Taft and Wilson with Mexico, Massachusetts, Maple Press, 1970, p. 11-12. Por su parte, J. Callahan informa que, hacia 1912, el total de la inversión norteamericana era de 1 500 000 000 de capital repartido en minas (78%), fundidoras (72%), petróleo (58%), hule (68%). American Foreing Policy in Mexican Relations, New York, Cooper Square Publishers, 1967, p. 519. Miguel Wioncsek calcula el total de la inversión en 1910 en 1 200 md de dólares de los cuales 750 000 000 eran industrias extractivas que incluían el petróleo, 200 md en ferrocarriles, 150 md en generación de energía eléctrica, 100 md en agricultura, ganadería y exportación. Véase El nacionalismo mexicano y la inversión extranjera, 3a. ed., México, Siglo XXI, 1967. De los estudios más recientes consultados, el de Alan Knight, US-Mexican relations, 1910-1940. An interpretation, San Diego (California), University of California, 1987, coincide con la cifra de un billón de dólares, p. 21. Las empresas Mexican International Railway, Southern Pacific, Colorado Gold Mining Company, Green Consolidated Cooper Company, Tlahualillo Company, Sonora Mining Company, American Smelting and Refinig Company, Doheny, Standard Oil son algunos ejemplos de los grandes emporios estadounidenses que operaban en México, sin contar los ranchos y haciendas. Véase M. Aguilera Gómez, La desnacionalización de la economía mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1975, p. 19-33.

[ 2 ] "Diplomacia del dólar" es la defensa de los intereses económicos de los capitalistas estadounidenses en el exterior.

[ 3 ] Cit. en Silvia Núñez y Guillermo Zermeño (comp.), EUA. Documentos de su historia política, México, Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora, 1988, v. III, p. 608 y 609.

[ 4 ] La "beatificación" de la propiedad fue una herencia que aportó Inglaterra a los Estados Unidos. Locke, Jefferson y después todo filósofo y estadista que escribió sobre la materia teorizaron sobre su uso, seguridad y conservación, amén de cómo hacerla producir y crecer. Esta manera de ser de los pueblos anglosajones chocó con los valores latinos de propiedad en usufructo, heredados, a su vez, del imperio español. La Constitución de 1917 propuso la división del latifundio y la creación del ejido, tendencias opuestas a los intereses norteamericanos.

[ 5 ] Ésta fue una característica de los Estados Unidos no sólo durante la presidencia de William Taft. Véase M. Aguilera Gómez, La desnacionalización de la economía mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1975, p. 34.

[ 6 ] Juan A. Ortega y Medina, Destino Manifiesto, México, Secretaría de Educación Pública, 1972 (SepSetentas, 49), p. 152.

[ 7 ] EUA. Documentos de su historia política, México, Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora, 1988, v. III, p. 608.

[ 8 ] EUA. Documentos de su historia política, México, Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora, 1988, v. III, p. 614.

[ 9 ] EUA. Documentos de su historia política, México, Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora, 1988, v. III, p 614

[ 10 ] Los Estados Unidos intervinieron militarmente en Nicaragua con dos mil marinos que desembarcaron para poner orden a raíz de la revolución del verano de 1912. Fungieron como árbitros en la disputa entre Perú y Ecuador y Panamá y Costa Rica por motivo de las fronteras, así como entre Haití y República Dominicana cuando estaban al borde las hostilidades. Véase Tulio Halperin Donghi, Historia contemporánea de América Latina, 5a. ed., Madrid, Alianza, 1977, capítulo 5.

[ 11 ] EUA. Documentos de su historia política, México, Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora, 1988, v. III, p. 611.

[ 12 ] F. León de la Barra ocupó la presidencia provisional de la República del 25 de mayo al 6 de noviembre de 1911.

[ 13 ] Alan Knight, US-Mexican relations, 1910-1940. An interpretation, San Diego (California), University of California, 1987, p. 24-26

[ 14 ] Véase Alicia Mayer, El gobierno de Francisco I. Madero visto por los Estados Unidos, tesis de licenciatura, México, Facultad de Filosofía y Letras, 1989.

[ 15 ] Informes de los agentes del servicio secreto de los Estados Unidos al Bureau of Investigation, San Antonio. Texas, 26 de octubre de 1911, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 15, 812.00/2454.

[ 16 ] Samuel E. Morrison et al., Breve historia de los Estados Unidas, 3a. ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 636.

[ 17 ] El citado Morrison define al presidente Taft como un hombre de "inacción". Edward Haley afirma que su sucesor, Woodrow Wilson, al igual que su antecesor, Teddy Roosevelt, expandieron las prerrogativas constitucionales del presidente. Véase E. Haley, The diplomacy of Taft and Wilson with Mexico, Massachusetts, Maple Press, 1970, p. 4.

[ 18 ] Henry Lane Wilson a William Taft. México, 24 de marzo de 1911, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 15, 812.00/2452.

[ 19 ] Philander Knox a William Taft. Washington, 28 de octubre de 1911, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 15, 812.00/2441.

[ 20 ] Memorándum de la División de Asuntos Latinomaericanos del Departamento de Estado. Washington, 31 de octubre de 1911, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 15, 812.00/2445.

[ 21 ] Henry Lane Wilson a Philander Knox. México, 1 de noviembre de 1911, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 15, 812.00/2495.

[ 22 ] De hecho, esto continuó por contrabando después del embargo emitido en marzo de 1912.

[ 23 ] George Wickersham a Philander Knox. Washington, 19 de noviembre de 1911, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 15, 812.00/2513.

[ 24 ] Cónsul Luther Ellsworth a Philander Knox. Ciudad Porfirio Díaz (hoy Piedras Negras), Coahuila, 20 de noviembre de 1911 y Henry L. Stimson a Philander Knox, Washington, 21 de noviembre de 1911, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 15, 812.00/2520.

[ 25 ] Henry Lane Wilson a Philander Knox. México, 30 de noviembre de 1911, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 15, 812.00/2601.

[ 26 ] Memorándum del Departamento de Estado al Consular Bureau. Washington, 16 de diciembre de 1911, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 15, 812.00/2584.

[ 27 ] Gilberto Crespo y Martínez a Philander Knox. Washington, 20 de diciembre de 1911, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 15, 812.00/2665.

[ 28 ] Memorándum de la División de Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado. Washigton, 30 de diciembre de 1911, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 15, 812.00/2665.

[ 29 ] George Wickersham a Philander Knox. Washington, 20 de enero de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 15, 812.00/2708.

[ 30 ] Philander Knox a William Taft. Washington, 3 de febrero de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 15, 812.00/2727.

[ 31 ] Henry Lane Wilson a Philander Knox. México, 20 de febrero de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 16, 812.00/2889.

[ 32 ] Henry Lane Wilson a Philander Knox, 20 de febrero de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 relative to internal affairs of Mexico, rollo 15, 812.00/2601.

[ 33 ] Huntington Wilson a William Taft. Washington, 24 de febrero de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 16, 812.00/2884.

[ 34 ] Philander Knox a Henry Lane Wilson. Washington, 28 de junio de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 19, 812.00/4246.

[ 35 ] H. Cline, The United States and Mexico, Cambridge, Harvard Univesity Press, 1953, p. 129. Philander Knox a Henry Lane Wilson. Washington, 28 de junio de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 19, 812.00/4246. Samuel E. Morrison et al., Breve historia de los Estados Unidas, 3a. ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 643.

[ 36 ] Memorándum de la División de Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado. Washington, 26 de febrero de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 relative to internal affairs of Mexico, rollo 16, 812.00/2912.

[ 37 ] Cit. en E. Haley, The diplomacy of Taft and Wilson with Mexico, Massachusetts, Maple Press, 1970, p. 59. Sin embargo, debe aclararse que, al principio de su gestión como embajador y durante los primeros meses del régimen de Madero, Henry Lane Wilson se opuso a la invasión de México por parte de los Estados Unidos de no ser un último recurso, como era el poner en peligro extremo los intereses norteamericanos.

[ 38 ] Memorándum de la División de Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estados. Washington, 26 de febrero de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 16,812.00/3292.

[ 39 ] Memorándum de la División de Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estados. Washington, 1 de marzo de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 relative to internal affairs of Mexico , 812.00/3005.

[ 40 ] Henry Lane Wilson a Philander Knox. México, 4 de marzo de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 16. 812.00/3048.

[ 41 ] En los Estados Unidos los temores no fueron muy diferentes. El juez Delbert Haff, de Kansas, manifestó su desacuerdo al gobierno respecto a la partida de los norteamericanos de México y al abandono de sus propiedades. Opinó que con esto los Estados Unidos ponían en evidencia la incompetencia del gobierno mexicano para proteger a los estadounidenses residentes permanentemente en la república vecina. En opinión del destacado abogado, la protección era responsabilidad que debía recaer sólo en la administración de Madero. Véase Delbert Haff a William Taft. Kansas, 3 de marzo de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 16, 812.00/3062.

[ 42 ] El embargo fue declarado mediante una proclama presidencial el 14 de marzo de 1912. Véase cónsul Garret a Philander Knox. Nuevo Laredo, México, 4 de junio de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 18, 812.00/4133.

[ 43 ] Desde la caída de Díaz, la fuerza naval merodeó las costas mexicanas y las tropas norteamericanas patrullaron la frontera. El envío de barcos a aguas nacionales y el aumento de tropas en la frontera, para efectuar la presión necesaria con el fin de amedrentar al gobierno y a la facción rebelde con un posible movimiento armado, no constituyó, pues, una medida novedosa de la política exterior de Taft. Sin embargo, fomentó un gran temor a una invasión externa. El despligue militar que mandó el presidente de los Estados Unidos a Galveston en febrero de 1913 fue la última medida de su administración sobre este aspecto.

[ 44 ] Philander Knox a George Von Meyer. Washington, 13 de julio de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 19, 812.00/4422.

[ 45 ] Philander Knox a George Von Meyer. Washington, 13 de julio de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 19, 812.00/4422.

[ 46 ] Henry Lane Wilson a Philander Knox. México, 28 de agosto de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 20, 812.00/4899.

[ 47 ] Henry Lane Wilson, Diplomatic episodes in Mexico, Belgium and Chile, Port Washington, New York, Kennikart, 1971, p. 210.

[ 48 ] Memorándum de J. Reuben Clark, 1 de octubre de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico.

[ 49 ] Memorándum de J. Reuben Clark, 1 de octubre de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 relative to internal affairs of Mexico.

[ 50 ] Memorándum de J. Reuben Clark, 1 de octubre de 1912, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 relative to internal affairs of Mexico.

[ 51 ] E. Haley, The diplomacy of Taft and Wilson with Mexico, Massachusetts, Maple Press, 1970, p. 57.

[ 52 ] Philander Knox a Henry Lane Wilson. Washington, 20 de enero de 1913, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 22, 812.00/5913.

[ 53 ] Henry Lane Wilson a Philander Knox. México, 21 de enero de 1913, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 23, 812.00/5913 A.

[ 54 ] Philander Knox a William Taft. Washington, 27 de enero de 1913, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 22, 812.00/7229 A.

[ 55 ] William Taft a Henry Lane Wilson. Washington, 12 de febrero de 1913, National Archives fo Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 23, 812.00/6092.

[ 56 ] Philander Knox a los representantes consulares en México. Washington, 11 de febrero de 1913, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 23, 812.00/6145.

[ 57 ] Philander Knox a George Von Meyer. Washington, 25 de febrero de 1913, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 23, 812.00/6274.

[ 58 ] Henry Lane Wilson a Philander Knox. México, 11 de febrero de 1913, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 23, 812.00/6092.

[ 59 ] Philander Knox a Henry Lane Wilson. Washington, 12 de febrero de 1913, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 23, 812.00/6092.

[ 60 ] Oscar Colquitt a William Taft. Austin, Texas, 12 de febrero de 1913, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 23, 812.00/6119. Respecto a la aclaración de Colquitt sobre el desinterés por conquistar territorio, el doctor Carlos Bosch García en Bases de la política exterior estadunidense, 3a. ed., México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1986, explica que, en efecto, los Estados Unidos habían concluido la expansión de sus fronteras y buscaban la consolidación del dominio económico terrestre y ultramarino.

[ 61 ] William Taft a Francisco I. Madero. Washington, 16 de febrero de 1913, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 relative to internal affairs of Mexico, rollo 23, 812.00/6219.

[ 62 ] Henry Lane Wilson a Philander Knox. México, 14 de febrero de 1913, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 23, 812.00/6149.

[ 63 ] El arreglo consistió en a) nombrar nuevo gabinete; b) estipular la elección del Congreso para que Huerta ocupara la presidencia provisional; c) mantener el orden en toda la república; d) poner en libertad a los ministros del gabinete de Madero; e) libertad de prensa y no censura de telegramas; f) colaboración de Huerta y Félix Díaz para imponer la paz (los tres últimos puntos fueron hechos de manera verbal). Véase Henry Lane Wilson a Philander Knox. México, 19 de febrero de 1913, National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, rollo 23, 812.00/6264.

[ 64 ] Morrison opina que los asuntos exteriores de su administración sirvieron para socavar su popularidad y escindir su partido en Samuel E. Morrison et al., Breve historia de los Estados Unidas, 3a. ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 640.

[ 65 ] Existen numerosos datos de misiones protestantes en las diversas comunicaciones consultadas. Véase National Archives of Washington, Dispatches 1910-1929 Relative to Internal Affairs of Mexico, 812.00/2449, 2561, 2696.

[ 66 ] Alan Knight, US-Mexican relations, 1910-1940. An interpretation, San Diego (California), University of California, 1987, p. 25.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), Ricardo Sánchez Flores (editor asociado), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 13, 1990, p. 203-227.

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